SUBIR
LA DUNA
Subí a la duna que tenía enfrente, la
más alta y creía que la más bonita. Seguí para ello el perfil de otras más
pequeñas. Bajaba y subía por esos montículos de arena que parecían tener vida.
Primero me tropecé con grandes “tamarix”, arbustos y árboles más aclimatados a
este terreno y clima. Luego, pequeñas plantas herbáceas y después más y más
arena. Era fina, la toqué y se fue entre los dedos. A medida que caminaba,
miraba de vez en cuando para atrás ganando altura. Veía otras dunas más pequeñas.
Buscaba el recorrido por fáciles aristas. Pensé que esa arista que caminaba ya
mañana igual no estaba o sería diferente. Notaba la arena levantarse con la
brisa y mis pies ahogarse en aquel mundo
móvil, cambiante, volátil. De repente, miré hacia arriba y para mi sorpresa y a
toda prisa unos niños bajaban a la carrera. Eran tres y bajaban alegres,
contentos, disfrutando a mares, descalzos con sus chanclas en mano. Al llegar
más abajo, se tiraron sobre la arena, retozando en un mar de arena y felicidad. Me di cuenta entonces de lo cansado que es
subir una duna y de que ellos me estaban
enseñando como moverme por ese mundo. Era cuestión de saber andar. Cuando llegué arriba vi que
la duna era la más grande de todas las cercanas pero más allá habían otras
igual de bonitas y quizás más grandes. Un mar de arena amarilla tostada de colores cambiantes por los rayos del sol se
extendía hasta el horizonte allá donde al parecer vive el desierto negro. El aire fresco con el sol
radiante era una combinación perfecta.
Bajé a toda prisa, como los niños,.
Mentira, como ellos no. Cuando llegué a “La Source”, media tarde o más, me
esperaba junto a un mato el niño al que
le dije desde mediodía que “luego”, “a
la vuelta”, le compraba algo. Llevaba esperándome toda la tarde. Le dije que no
tenía dinero en ese momento para comprarle algo y él me recordó lo que le había
dicho casi sin pensar antes, … “después, después “. Se fue decepcionado y con
razón.
Ahora, cuando escucho junto al agua las voces de los niños y el canto al atardecer del
almuédano con la duna enfrente, pienso que antes de irme tendré que saldar mi
deuda ,…con el niño pagándole y con la duna arrodillándome para darle gracias
por esos momentos que me dejó vivir en lo alto.
Y estas
líneas escribí en casa de Omar pero cuando pensaba que este artículo terminaría
así, me equivoqué. Al día siguiente, antes de partir, cuando había perdido la
esperanza, tomando un té en un pequeño local, por fuera y con sus amigos allí
estaba de nuevo. Le dije a Merchi,..¿Es ese verdad?, Sí. Me faltó tiempo para
levantarme. ¿Te acuerdas de mí?, él afirmó con la cabeza y sus ojos brillantes iban acompañados de una enorme y
sincera sonrisa. Los mayores no reaccionamos así, pensé. Pondríamos mala cara.
Le compré algo y le regalé chocolate, suspiré y a mi corazón llegó
un temporal de vida. Me miró y no entendió mucho toda aquella alegría. El favor
me lo había hecho a mí.
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