RECORDANDO UN VIAJE QUE DEJÓ HUELLA
;“CRÓNICA TARDÍA DE UN VIAJE AL MONTE PERDIDO”
Ordenando mi archivo,
encontré un folio que daba por perdido.
En él, se relataba el primer viaje en solitario que realicé. El Monte
Perdido, al que he vuelto en otras ocasiones,representa junto al Teide, algo más que una montaña. Ambos me han enseñado mucho y me han dado “ vida”. Con ellos, decidí dejar poco a poco otras cosas y volcarme en lo que me apasiona y me da tantas satisfacciones; la montaña.
Este blog , se creó pensando en escribir esta crónica, y otras . Ahora, después de tanto tiempo, la describo aquí. El título, es el original, el que le puse en un primer momento. Lo de “tardía”, viene como anillo al dedo. En aquel momento hacía referencia a que la escribí pasado un tiempo, tras el atentado en la estación de Atocha de marzo de 2004 .
===== Al
llegar a la estación de Atocha empecé a sentir que “mi viaje” comenzaba. Allí,
entre tantos mochileros, olvidaba lo que dejaba atrás y me sentía uno más,…sin
más. Y en aquel lugar, que poco después para unos era “el final “, para mí, era
el principio. La prisa por huir de allí me carcomía, el estomago me hablaba y
mientras, mi mente recordaba aquel lugar cuando un verano antes, camino de los
Picos de Europa, degustaba unos churros con chocolate junto a Merchi y Luis.
Por todos lados había bullicio y cuando
el tren se puso en marcha, comencé a sentir lo que venía buscando. Mis ojos abiertos
intentaban tragar todo el paisaje y mi corazón asimilar todos los sentimientos
que me regalaban aquellos lugares. Campos, ríos, arboledas, mallos,…todos iban
dejando en mí ideas nuevas.
Al anochecer, en uno de esos
pueblos de montaña que cada vez son menos de eso y más de asfalto, veo como una señora cierra su tienda. Al verme
frente al cristal observando una guía pirináica hizo una pausa. Esperó hasta que su cliente se decidiera. Obtuvo
recompensa, le compré un librito, pero yo también. Sus palabras, “cuidado hijo,
allá arriba hace mucho frío”, me hicieron sentir el amor de las gentes de
pueblo, el placer de las aventuras en
lugares remotos, el miedo a lo desconocido,…
Y fue al mediodía, entre aquellos
hayedos cuando no aguanté más y me eché montaña arriba. Mi primera experiencia
la recuerdo placentera antes de llegar a la cumbre., luego la vista desde
arriba nublaba la alegría. Me llamó la atención que estando preocupado por la
hora tardía, un montañero ya entrado en años se disponía parsimoniosamente un
poco más abajo a levantar su tienda. Pensé entonces que aún no estaba ligado al paisaje, que el concepto
tiempo que traía de abajo, aquí era diferente. Pensé en las palabras de Tenzing
Norgay, “…En la vida, mucha es la importancia que se da a la política, a la
nacionalidad; en la montaña no. Allí , la vida es demasiado real y la muerte
está demasiado próxima para preocuparse de esas cosas. Allí un hombre es un hombre, un ser humano…”
Pero en la jornada siguiente, ya en el
anfiteatro alto, entre montañas y neveros,
marmotas y sarrios, me sentí uno
más. Disfrutaba caminando. Quería que no terminase el camino .Pararme para
verlo todo, para interiorizarlo. De vez en cuando me cruzaba con gente y
pensaba que no estaba lo suficientemente arriba. Cuando decidí subir más, lo
hice temprano evitando encontrarme con alguien.
Y como en otras ocasiones, el placer del
antes de llegar a la cumbre es maravilloso. Pasando el ibón, el espolón y la famosa Escupidera que tanto
miedo daba entre nubes, estaba la cumbre. Estaba arriba, sólo. Las nubes por
abajo me regalaban esporádicos momentos en los que el fondo de los valles
asomaban. Cuando comenzó a llegar gente, mi figura, antes grande, ahora se iba
empequeñeciendo. Le habíamos robado a la montaña su lado salvaje, agreste.
Al bajar me entró la tristeza. Había
perdido aquello que venía buscando. Lo
tuve por momentos pero como todo lo grandioso, es efímero. Había sentido las sensaciones que te da lo salvaje, que te
da la soledad, el sentirse libre de verdad sin importar el frío o el tiempo, el
sentirme parte de la tierra. Cuando dejé aquel lugar, de nuevo sentí prisa,
temor a la noche,…
Entre los graznidos del cuervo, los
sarrios y mi amiga la marmota excavando su hoyo cerca, pasé la noche. Entonces
tuve tiempo de pensar. Encontré lo que buscaba. Ya conozco el lugar donde se
encuentra lo que quiero. Ahora sólo me queda volver para disfrutar más y mejor.
Volver a coger el tren que me deja ver el paisaje de campos y montañas, que me
traslada poco a poco a esos que una vez
que conoces y subes, vuelves.
Razón tiene mi profesor Eduardo M. de
Pisón al decir que no basta con subir, sino también escribir y sentir.
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M.
ALONSO
M.
ALONSO